Querer es poder

Por Melissa Vesely.
Kurt tenía ocho años y cómo deseaba, ¡necesitaba! aquel guante.

Mamá: ¿crees que podría tener un guante de béisbol nuevo?
Kurt, mi hijo de ocho años alzó la vista hacia mí mientras tomaba el desayuno.
¿Qué le pasa al guante que tienes?, pregunté.
Es viejo, repuso. De veras que me encantaría uno nuevo.
Desde mi divorcio, unos cuantos años antes, sólo éramos Kurt y yo, y él sabía que no siempre podíamos comprar todo lo que queríamos con mi sueldo de enfermera.
¿Cuanto cuesta un guante nuevo?, pregunté.
Vi uno estupendo por ocho dólares, contestó.
¡Ocho dólares!, exclamé. ¿No es mucho para un guante? (Eso era hace tiempo, cuando con el dinero se compraba bastante más que hoy.)
El guante viejo lo tengo desde los seis años, me dijo esperanzado. Sé que podría coger mejor la pelota si tuviera uno más grande.
Ya veremos, Kurt. De todas formas, tendremos que esperar hasta finales de mes.
Para entonces puede que ya no esté, murmuró, incapaz de ocultar su desilusión. Sólo hay dos guantes de ocho dólares. Todos los demás son más pequeños y se me podrían escapar las pelotas que vienen o muy altas o muy bajas.
Kurt se lavantó de la mesa y cogió sus libros. Yo confiaba en que pudiera concentrarse en sus tareas escolares.
Un par de noches después, al volver a casa del trabajo, Kurt estaba lleno de emoción y de noticias:
¡He encontrado un trabajo, mamá! Me ayudará a pagar el guante nuevo.
¿Qué clase de trabajo?, pregunté.
El anciano que vive en la casa grande de la colina, junto a la escalera, me va a dar diez centavos todas las mañanas para que le tire la basura. Puedo hacerlo...no soy muy grande, pero sí fuerte.
Kurt empezó a ahorrar hasta el último céntimo. Siempre procurábamos comer juntos en casa pero, a veces, cuando andaba escasa de tiempo, le daba cuarenta centavos para que tomara alguna cosa en la cafetería de la esquina. Uno de esos días, cuando le di el dinero y le recordé que cerrara la puerta antes de irse, asintió, pero noté que estaba pensando en otra cosa.
Aquella noche, antes de irse a la cama, volvió a la cocina, ya con el pijama puesto.
He ahorrado los cuarenta centavos de hoy, me dijo en voz baja.
Pero ¿qué pasa con la comida, Kurt? No puedes ir por ahí con el estómago vacío.
Me hice un bocadillo de mantequilla de cacahuete y tomé un vaso de leche. Me llenaron mucho. ¿Está bien?
Está bien, repuse sonriendo.
El sábado acabé de trabajar a mediodía y volví a limpiar el apartamento. Kurt fue mi "ayudante" todo el día: sacudiendo alfombras, barriendo, vaciando las papeleras. Puso las sábanas de su cama al revés y la colcha con el embozo a los pies, pero sabía que dormiría igual de bien. Sabía también que tenía grandes esperanzas de algún tipo de recompensa.
<<Hoy me has servido de gran ayuda>>, le dije a la hora de cenar y puse cincuenta centavos junto a su plato. Su cara mostraba una amplia sonrisa al guardárselos en el bolsillo.
Mientras fregaba los platos oía tintinear las monedas en la habitación y supe que estaba contando el dinero. Aquello se había convertido en algo rutinario. Pero esta noche era una "noche especial". Todos los sábados recibía veinticinco centavos para la entrada a la primera sesión de cine y diez más para palomitas de maiz.
¿No deberías de marcharte ya?, le grité.
Podría ahorrar los 35 centavos si me quedo en casa contigo, replicó dubitativo. Si no voy al cine tendría 4,33 dólares y 35 centavos más...hizo una pausa e intentó sumar los números mentalmente.
Muy bien, le interrumpí. Quizá puedas hacer un rompecabezas mientras escribo algunas cartas.
¿Cuánto tengo ya, mamá?, me preguntó Kurt mientras colocaba el rompecabezas en la mesa.
Vamos a ver...creo que tendrás 4,68 dólares.
- Pareció desilusionado.
- Pensé que tendría más.
A la semana siguiente, anduve premeditadamente mal de tiempo, lo que me impediría ir a casa.
Cuando le di los cuarenta centavos y le dije que lo vería después del trabajo, sonrió, se guardó las monedas y sacó el tarro de la mantequilla de cacahuete antes de que yo me fuera.
El sábado, cuando volví a casa después del trabajo, me encontré una nota en la mesa de la cocina:
<<Mamá: Estoy jugando al béisbol. He comido. Volveré pronto. Kurt>>.
Me quedé sorprendida. Daba por hecho que me estaría esperando, dispuesto a volver a ganar algo de dinero como ayudante en las tareas domésticas.
Poco después de las cinco, Kurt irrumpió en la cocina, sin aliento y agitando desenfrenadamente un guante de béisbol por encima de la cabeza. No era el suyo viejo.
¡Hemos ganado, mamá! ¡Hemos ganado!, gritó. ¡Y yo cogí dos pelotas altas! Sabía que podría jugar mejor con este guante nuevo.
- Es maravilloso, repuse. Pero ¿Cómo lo has conseguido hoy?
- Estaba rebajado, explicó. Fui otra vez a la tienda esta mañana ...y estaba rebajado. ¡Así que lo compré!
Me quedé mirándole un momento. No quería creer que había mentido. Decidí cambiar de conversación por el momento. Además, me estaba sonriendo sin ninguna aparente conciencia culpable.
-Bueno, lávate las manos. Más vale que cenemos mientras la comida está caliente.
Durante la cena noté que el brazo izquierdo de Kurt le colgaba inmóvil mientras intentaba cortar la carne sólo con el tenedor.
-¿ Te pasa algo en el brazo?, pregunté.
- El brazo lo tengo bien, mamá, replicó, y siguió luchando con la carne.
- ¿Entonces por qué no lo usas?, insistí.
- Tengo el guante puesto, repuso tímidamente. Lo estoy adaptando a mi mano.
- Puedes hacerlo después, le dije sonriendo. Déjame verlo un minuto.
Kurt me entregó el guante. Me pareció un poco grande para él, pero Kurt tenía sus propias ideas.
- Es perfecto, dijo con firmeza. Encaja.
Cuando volvió a marcharse llamé a Eddie Mills, el gerente de los almacenes.
- Eddie, dije: Kurt tiene un guante nuevo de ocho dólares que dice ha comprado hoy y estoy segura de que apenas tenía cinco. ¿Qué ha ocurrido?.
Eddie se echó a reir.
- Melissa, contestó: Tu hijo ha venido aquí todos los días desde hace dos semanas, contando su dinero y mirando ese guante. Cuando entró esta mañana, esos guantes "se rebajaron". Tenía 5,08 dólares, así que el precio de venta fue cinco.
- Tendré que ir y...
- No, no lo harás, me interrumpió. Ese chico necesitaba de veras ese guante. Decía que podría jugar mejor si lo tenía. Además, casi había desgastado el dinero de tanto contarlo...no creo que le durara otra semana.
Aquella noche, cuando entré a ver a Kurt ya dormido, vi el nuevo guante en la cama, junto a él. ¡A veces, pensé para mí, no es que un chico quiera una cosa, es que la necesita de verdad!
Relato extraído de "Selecciones".









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